La llamada Posmodernidad fue el inicio de las grandes transformaciones, no solo tecnológicas, sino también sociales. Una de las características de esta sociedad posmoderna es el fin de los grandes relatos, tal como la religión, la historia, la filosofía, el racionalismo… y los principios universales. En su lugar aparecen los pequeños relatos, que no es otra cosa que la interpretación que cada uno de nosotros hacemos de la realidad y la comprensión subjetiva del mundo. El individuo se ha convertido en la medida de todas las cosas. Es lo que los filósofos Gianni Vattimo y Pier Aldo Rovatti bautizaron como pensamiento débil (pensiero debole) en 1983. La interpretación de la historia y de la cultura es subjetiva y, por lo tanto, hay tantas interpretaciones como interpretantes. Esto es pluralidad. Estas ideas se inspiran en la filosofía de Nietzsche y Heidegger al anunciar el fin de la metafísica y el nacimiento del nihilismo como destino del ser. No es una negación del ser, sino la oportunidad de liberarse de los dogmas y de la violencia que imponía un pensamiento fuerte. A mi entender, había llegado un momento de la Edad Moderna en el que el hombre estaba tan estresado y tensionado interiormente por una serie de dogmas y verdades universales, que no pudo más y tiró la toalla (metafóricamente hablando). En cualquier caso, parece que la actitud posmoderna vino a quitar presión al estrés al que estaba sometido el hombre moderno poniendo una serie de válvulas de escape. El pensamiento débil es un pensamiento crítico y creativo que busca nuevas formas de entender y vivir la realidad. Hasta aquí todo bien. Parece razonable.
Sin embargo, el patrimonio histórico, cultural, artístico, filosófico… parece quedar aparcado en estos tiempos. Por un lado, se impone la interpretación subjetiva que cada uno hace de la realidad y, por otro, la falta de espíritu crítico provoca el consumo de información fácil, dudosa e irrelevante. Ya el propio Vattimo decía que la Posmodernidad es una especie de «Babel informativa», donde la comunicación en general y los medios adquieren un carácter central. Las ideas de la Posmodernidad y del pensamiento están ligadas al desarrollo del escenario multimedia, con un nuevo esquema de valores y relaciones. Por eso también la Posmodernidad es la era del conocimiento y de la información, pero también de su contrario: la desinformación. La verdad se diluye, aparecen las fake news y la post-verdad. Jacques Derrida dirá que los medios construyen la realidad. Vivimos en la hiperrealidad, en la era de la simulación.
Veinte años después, creo que estas reflexiones han quedado para la historia de la filosofía. El pensamiento débil, que tenía connotaciones positivas, ha dado paso a un pensamiento fácil. Tanto antropólogos como, sociólogos y psicólogos vienen advirtiendo de un fenómeno nuevo: la infantilización de la sociedad. Si el pensamiento débil favorecía la subjetividad, el espíritu crítico frente a la cultura dominante, y la creatividad, el pensamiento fácil evita la cultura del pensamiento, de la reflexión y del entendimiento. En su lugar, se busca la satisfacción inmediata, el entretenimiento y el consumo sin freno. Panem et circenses («pan y espectáculos del circo») que decían los latinos y que hoy nos podemos aplicar perfectamente. La tranquilidad que nos da el tener alimento asegurado y el consumo de un entretenimiento fácil y de baja calidad evita que nos fijemos en hechos controvertidos, en problemas reales, y seamos insensibles al sufrimiento ajeno.
Otro italiano, Marcel Danesi, profesor de antropología de la Universidad de Toronto, y autor de Forever Young (Por siempre joven), explica que una sociedad inmadura se caracteriza por unos ciudadanos dóciles, donde impera la inmediatez, los contenidos banales y la pornografía de la imagen. Se refiere a memes, cotilleos, y vídeos virales, que no tienen valor informativo, pero que satisfacen nuestra curiosidad y alimentan esa necesidad de la instantaneidad. Todo lo queremos «ya».
La población envejece, pero la esperanza de vida aumenta cada año. Y los rasgos adolescentes perduran en un gran número de adultos. La juventud se impone, se mitifica, se valora sobremanera. No son los jóvenes los que admiran a los adultos, sino que algunos adultos admiran a los jóvenes. La experiencia, el conocimiento, la sabiduría que proporciona la edad ya no es un valor, sino una carga de la que desprenderse. Esta actitud alcanza a los aspectos físicos y a la imagen. El excesivo culto al cuerpo impulsa el ejercicio con fines estéticos, las cirugías y los implantes capilares. ¿Hemos optado los adultos por cultivar la propia inmadurez en lugar de la sabiduría?
¿Estamos creando una sociedad adolescente e inmadura? Danesi así lo cree y describe este síndrome colectivo: la adolescencia se extiende hoy hasta edades muy avanzadas, generando una sociedad inmadura, unos sujetos que exigen cada vez más de la vida, pero entienden cada vez menos el mundo que los rodea. En la misma línea, las personas que dirigen nuestras vidas son individuos con valores adolescentes. El discurso político se minimiza, se simplifica, se «designifica», se fanatiza, se queda en meras y sencillas frases. No va dirigido a un electorado adulto e inteligente. Todo lo contrario, se dirige a una sociedad en la que tanto adultos como jóvenes están infantilizados y que, en lugar de exigir respuestas, soluciones y, en definitiva, una vida mejor, se contentan con lo superfluo, con la estética, con lo atractivo, con los tópicos y las frases graciosas, carentes de significado.
Antes era muy común ver gente leyendo libros en los trayectos del metro o del autobús. Ahora encontrar a personas con un libro en la mano es una rareza. Sin embargo, los smartphones abundan como hormigas. Hay personas que no han leído un libro en su vida. En su lugar, consumen información inmediata, fácil y rápida que no necesita de la lectura. Esto se refleja en la forma de hablar, de escribir, pero, sobre todo, en la limitación del pensamiento. Occidente, que fue cuna de la filosofía, hoy padece una progresiva infantilización. La analfabetización funcional produce masas embobadas, que ni siquiera comprenden el entorno que les rodea. Aspectos tan simples como entender que el mundo pertenece a todas las especies animales y vegetales y que, por lo tanto, su existencia es un derecho universal; o que los recursos del planeta son limitados y hay que hacer un uso responsable; o que las comodidades que disfrutamos los del mal llamado primer mundo son, con frecuencia, a costa de los que viven en el tercer mundo; o que el llamado estado del bienestar proviene de la contribución y la solidaridad de los que trabajan y no es una fuente inagotable…
Ante tal infantilización, no albergo grandes esperanzas, porque tampoco sabemos hacia dónde nos dirigimos. Pero si hay algo que nos puede salvar es la lectura y el conocimiento. La expansión del pensamiento es lo único que puede hacer que comprendamos nuestra relación con nosotros mismos y con el mundo. Así que esta es mi mejor recomendación, ante la deriva que nos empuja, sabe dios adónde: ve a la biblioteca o a la librería de tu barrio, escoge un libro, y lee.
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